El bote de ciprés
Jorge
Ruedlinger Vera
(Del libro Surazul, Alfaguara, 2001)
El bote que
Pedro recibió de su padre tenía el mismo aroma de la casa en que vivían; el
mismo de los pasillos de la escuela y de los mástiles del chalupón. Porque era
de ciprés de la
Guaitecas. Cuando recibió como regalo algo tan chilote como
un bote de ciprés, Pedro pensó que su mundo era bueno, que su mundo tenía el
aroma de esa madera.
Es un buen
bote, Pedrito. Lo hizo el viejo Nancho, el mejor botero de las islas. Fue el
último que hizo antes de dejar este mundo. Lo quería para usarlo él, pero ya
estaba muy viejito y enfermo. Su hijo me lo vendió. Mira, es puro ciprés por
todos lados, del mejor de los bosques.
El viejo
Nancho, navegante de toda una vida y luego botero. De él se decía que frente a
su casa recalaba el Caleuche, el barco fantasma, en las noches de pleamar.
¡Y qué buen
bote era éste! En él, Pedrito podría ir desde su isla de Laitec a la del
frente, a Cailín, o al puerto de Quellón.
Cuando yo
no pueda ir lo llevarás tu papá, al tiro del chalupón, para que bajes a la
playa cuando ancles a medio. Para que navegues más seguro.
Y le
fabricó un sacho, le pinto la baranda con la pintura aguamarina que les sobró
de la casa, años atrás, y con la seriedad y caligrafía de sus nueve años trazó a
ambos costados de la proa el nombre Lobo, por los viejos lobos de mar de
Chiloé.
Y Pedro y
su hermanita la Chalía
iban por la costa recogiendo peces y mariscos para la mesa familiar. A veces un
gran pez picaba el anzuelo, ¡qué tesoro!. Luego anunciaban de lejos el regreso:
“¡Mamá, miraaaaaa…! Y las gaviotas extendían con su grito el de los niños sobre
el azul inmenso del mar.
Al entrar
el invierno los paseos se hicieron más escasos. Veían al Lobo salir y volver
tras el chalupón. Su padre y el tío Luis llamaban al llegar:
Pedrito,
descarga tu bote, chico, que ahí viene la harina y la yerba. Algo tiene ese
bote, no sé qué – Nano se rascaba la cabeza incrédulo- no sé qué…
-¿Por qué?-
preguntó doña Rosa.
- Mira.
Luis no lo amarró bien y se nos soltó del chalupón frente a Punta Lapas, poco
más allá o más acá, no sé. Pero el bote no se fue. Nos seguía como un perro. Contra el viento.
-Ideas
tuyas, Nano-.
-no sé-.
Vino el
invierno. Con el mes de junio llegó esa noche que no olvidarían. El temporal
estremecía tierra y mar. Se sentía entre los crujidos de la casa el golpe de
las olas contra la gran roca de la playa, donde los niños se encaramaban en las
mareas más bajas. Ante la lumbre estremecida
por el viento que se colaba bajo las puertas, los niños no dejaban de
pensar que su padre no volvía en el chalupón.
-A
costarse, chicos –dijo doña Rosa-, y no piensen tonterías porque el Nano seguro
que se quedó en Quellón hasta que esto pase. ¡Ya, a la cama!
La Chalía se durmió.
Pedro adivinaban entre el viento los suspiros de su madre. El niño sabía que
del puerto debían traer una medicina para un vecino muy enfermo. Sólo por eso
su padre intentaría el regreso como fuera. Alcanzó a rezar varias veces por él
antes de sentir como el chalupón raspaba las piedras de la playa. Habían
llegado.
Pero no
todo volvía a ser bueno.
Pedrito, el
Lobo se nos perdió. Se soltó, no sé cómo – a Nano le temblaba en las manos la
taza de café. Explicó que el bote estaba bien amarrado; que el mismo lo anudó;
que el cabo era nuevo; que jamás podría haberse soltado.
-Pero se
fue y se fue no más- dijo abatido-, no sé bien en qué parte pero fue cerca de
aquí. Nosotros apenas podíamos con los remos y el timón.
- Mañana
será otro día, ahora demos gracias porque llegaron bien- dijo doña Rosa.
Esa noche Pedro
apenas murió. Sin quererlo se imaginaba cien muertes para su bote, despedazado
por el oleaje o perdido para siempre al sur, en el temido Golfo de Corcovado.
El día
siguiente fue de bonanza. Pedro y Nano salieron temprano a buscar el bote.
Navegaron hasta Quellón sin verlo.
En el
puerto encontraron al viejo capitán. Grande y bueno, el capitán les contaba
siempre de sus historias de mar adentro o de los temporales de comienzos de
siglo, cuando las olas despedazaban los buques extranjeros contra las rocas de
Guamblin.
-Pero a los
botes de la gente buena los guían los chilotes marinos que ya no están.
Tranquilo, Pedrito, que el Lobo va a aparecer. Sigue buscando, perrito que
busca tiene que encontrar su hueso.
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Cuando
volvieron al muelle, allí no se hablaba de otra cosa. Una familia entera de la
isla de Cailín había salvado por milagro la noche anterior. El temporal volcó
la chalupa y por largo rato estuvieron aferrados a los restos del naufragio.
Parecía que no habría salvación, cuando apareció de pronto ese bote pequeño,
misterioso, que quién sabe cómo llegó hasta ellos. Remaron hasta alcanzar la playa y al volver la vista
el bote había desparecido.
Pedro no
necesitó que le dijeran cómo era esa embarcación.
-Te lo dije
muchas veces, hijo, tu bote algo tiene – decía Nano al regreso.
Cuando
llegaron, el Lobo se mecía con las olas frente a la casa.
Si el mar
está calmo, Pedro y la Chalía
vuelven a navegar. Van de playa en playa y sacan el alimento precioso del mar.
Algunas
vecinas ancianas de negro chal se persignan cuando ven el bote. Otras gritan:
“¡Pedrito, ata tu gote porque viene un temporal!”
¡Cuando
viene el temporal!...! Es muy distinto lo que el niño hace entonces. Despierta
en la noche por las sacudidas del viento y el gemido de los árboles, se levanta
presuroso y va hacia la playa, desata el Lobo y lo empuja mar adentro hasta que
la baranda color aguamarina se pierde en la oscuridad.
Entonces
vuelve a casa tranquilo. Su bote vigila en la noche y el mar.
*Sacho: Ancla hecha de piedra y madera labrada.
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EL RATÓN DE GUAFO
(Jorge Ruedlinger Vera)
A unos 26 kilómetros al sur poniente de la Isla Grande de Chiloé está la Isla Guafo. De contorno irregular, tiene una superficie de unos 170 kilómetros cuadrados. Es una isla casi virgen, que posee vertientes y lagunas de agua dulce y una biodiversidad de alto interés científico única en el mundo. En un 70% está cubierta por bosque nativo de coigue, mañío, tineo y otras. La pueblan muchas aves como petreles, fardelas y pingüinos de Magallanes. El mar circundante es área de vida y alimento para las ballenas jorobadas y azules, lobo fino austral, nutria de mar y delfines.
Por el año 1910 y en un lugar costero cercano al actual del muelle, faro y estación meteorológica de la armada, la sociedad Ballenera AS Pacific, liderada por dos hermanos noruegos, August y Soren Christensen, instaló una planta faenadora, una filial de la que ya tenían en la isla de San Pedro, al nororiente.
Era gente dura en un clima hostil, en donde la mano de obra se recibía sin hacer demasiadas preguntas. La actividad depredadora no sólo alcanzó a las ballenas, sino también a las loberías, en donde la presa favorita eran los lobeznos, por su piel. Eran ultimados a golpes. Los viejos marinos chilotes contaban que las lobas gemían igual que una mujer a la que le masacraban sus hijos.
Había pocas diversiones allí, y en las largas noches y domingos de lluvia y frío sólo el vino, el aguardiente y los naipes amenizaban el ocio. En los barcos habían llegado ratones, y los capturaban en aquellas antiguas jaulas de compuerta donde el animal quedaba atrapado por conseguir una carnada, le envolvían en la cola una tela impregnada en combustible, la prendían y los soltaban. Si luego se salvaba de los puntapiés, el pobre animal iba a morir lejos.
Tal fue el destino de un ratón en una noche de verano de 1912. Luego del jolgorio, la gente se fue a acostar.
Ese fue el último ratón.
Se presume que fue a morir bajo la leña adosada a la cocina. Cuando alguien alertó del incendio, apenas pudieron salvar con vida. Las grandes construcciones eran de madera, unas junto a otras o unidas por pasadizos de madera para capear el clima. El devastador incendio acabó con todo, y la empresa decidió no reconstruir.
¿A cuántos cientos o miles de ballenas y lobos salvó ese incendio?
Ciertamente, si algún día esos animales forman un sindicato, lo primero que deberían hacer es levantarle un monumento a ese ratón.
Hoy, el hábitat de las ballenas y lobos y la isla misma pueden verse afectados. Aquellos por el intenso tráfico marítimo que supondría la explotación del carbón y ésta porque tal “labor productiva” arrasará en un 40% la superficie de la isla por parte de la firma South World que ha confirmado la compra de las pertenencias mineras. La Federación Huilliche de Chiloé ha expresado su preocupación ya que la isla ha sido usada históricamente por esa etnia como refugio durante faenas de pesca.
Contra estos nuevos depredadores, ¿habrá otro ratón que salve a la Isla Guafo?
Con el permiso de su Autor:
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LA LÓPEZ PEREYRA
(Jorge Ruedlinger Vera)
¿Quién no ha escuchado la zamba “La López Pereyra”? No hay conjunto ni cantor argentino que no la tenga en su repertorio. Sin embargo: ¿Alguien se ha preguntado el porqué del título si lo de “López Pereyra” no aparece en la letra? Lo de “La” se refiere a “La” zamba, claro, porque a las canciones las personifican, de la misma manera que existe La Candelaria, La Nochera, etc. Pero, ¿y el resto?
La verdad es (casi) tan atractiva como la canción, que es como el himno de Salta y surgió a comienzos del siglo veinte. La popularizaron en regiones el salteño Artidorio Cresseri y el santiagueño Andrés Chazarreta. Este, más aventurero y buscavidas, la inscribió a su nombre en la década del veinte, en Buenos Aires. Su autoría se reconoció y la difundieron por décadas muchos cantores por el país. Llegaron los años cuarenta y la bonanza de Argentina, cuando con Estados Unidos eran los únicos países del mundo capaces de autoabastecerse de todo (alimentos, armas, barcos, trenes, máquinas, combustibles). El nacionalismo alcanzó al folklore y la autoría de canciones no sólo era dinero: Era mucho dinero. Los descendientes de Cresseri presentaron una demanda para que se reconociera a él como el autor. El juicio duró décadas y sólo en 1978 se les dio la razón, cuando presentaron dos documentos irrebatibles: Uno era el papel manuscrito con la letra y el otro —el principal— las fojas del juicio a que Cresseri fue sometido por haber asesinado a su amante.
Sí, la había asesinado al mejor estilo malevo.
Hay una ley no escrita en un país civilizado: Los artistas creadores no van presos. Se acepta que les embarguen, que pasen hambre, que mueran olvidados y en la indigencia (como ocurrió con Cresseri). Total, si quisieron ser artistas, que se las aguanten. Pero presos no. Repito: en un país civilizado. En una dictadura, ir preso es, para un buen artista, casi una bendición, porque lo normal es que los torturen y los maten. Así, surgió en Salta una verdadera campaña de gente de a pie, artistas y bohemios en defensa de Cresseri. ¿Influyó eso en el juez? No lo sabemos. Quizá él quiso favorecerlo porque gustaba del folklore, o simplemente consideró que su fallo se ajustaba al mérito de los hechos. Lo cierto es que lo sobreseyó “por haber actuado bajo intensa emoción”.
Cuentan (puede ser leyenda) que aquella noche, en la bohemia celebración, Cresseri apartó de la mesa vasos y botellas, cogió papel y lápiz y comenzó a escribir el documento que fue presentado como prueba: “Yo quisiera olvidarte/ Me es imposible mi bien, mi bien/ Tu imagen me persigue, / tuya es mi vida y mi amor también…”
Luego y con mayúsculas colocó el título a la canción: “LA LOPEZ PEREYRA”
El juez que lo sobreseyó se llamaba Carlos López Pereyra.
Eso explicaba el nombre y por qué no figura en la letra: El título era como una dedicatoria por agradecimiento y la trama de la canción no tenía nada que ver con la persona a la cual estaba dedicada.
Hay una frase manida: “La realidad supera a la ficción”.
A veces es cierto.
Con el permiso de su Autor:
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LA ÚLTIMA PARTIDA DE KLAUS JUNGE
(Jorge Ruedlinger Vera)
El 17 de abril de 1945, en Welle, Alemania, murió el subteniente del ejército alemán Klaus Junge. Estaba entre los defensores de la ciudad de Hamburgo contra el ataque aliado, y su muerte se produjo apenas tres semanas antes del fin de la guerra.
Hay dos versiones: Una sostiene que Junge se negó a capitular y murió en combate. Otra dice que viendo lo insostenible de la situación, Junge decidió rendirse, pero igual fue abatido por tropas británicas. De ser ésta cierta, no murió en combate. Fue asesinado.
Es la guerra, dirán, pero entre tantos muertos, ¿hay alguna razón especial para recordarlo?
Sí. Junge era ajedrecista, la figura más promisoria del deporte ciencia en Alemania y según el propio Alekhine, a la sazón campeón del mundo y a quien Junge había derrotado en un match (¡con sólo 18 años y jugando con las negras!), era su reemplazante lógico, y no Botvinnik, que lo sucedió después. Aún más, Junge en ese mismo año 1942 compartió el primer lugar con Alekhine, en el torneo de Praga. En fotos de la época se le puede ver ante el tablero, luciendo el uniforme nazi.
Triste, claro, pero: ¿hay alguna razón más para dar notoriedad a su muerte?
Para nosotros, sí. Klaus Junge había nacido en Chile, en Concepción, en 1924. Su padre, Otto, también era ajedrecista y fue campeón de Chile en 1922. En 1928, Otto decidió volver a Alemania, llevando su esposa y sus cinco hijos, y se plegaron a la causa nacional socialista.
Ciertamente, la decisión del papi no fue la más brillante, pero hay que encuadrarla en la época. Los fuertes castigos aplicados a Alemania por los países vencedores de la primera guerra mundial impulsaron a muchos alemanes y descendientes en el extranjero a volver y adherir a la causa que derivó en el partido nazi, en la dictadura de Hitler. La tendencia mesiánica y absurda de creerse una raza superior sobrevino en la segunda guerra mundial, con su secuela de crímenes demenciales y monstruosos.
No bastaba una inteligencia como la de Junge para percibir que las cosas iban por mal camino, se necesitaba también la facultad de razonar, absolutamente aplastada por el fanatismo colectivo.
Uno se pregunta: ¿Si hubiese muerto Hitler meses antes en el atentado del 20 de julio de 1944, liderado por el valiente coronel Klaus Philipp Maria Schenk, Conde Von Stauffenberg, en la mismísima Guarida del Lobo (Prusia Oriental, hoy Polonia), se habría salvado Junge?
Lo más seguro es que sí, que la guerra habría terminado entonces y millones de soldados y prisioneros no habrían de morir.
No es ilusorio suponer que en tal caso Chile habría tenido un ajedrecista en la cúspide de los torneos mundiales, quizá el mejor, o que Alemania lo habría tenido, y nacido en Chile, en nuestra Sudamérica.
Pero las cosas no se dieron de esa forma y entre tantos millones de muertos, he ahí uno más, que nos toca.
Otra razón para desear que Hitler no descanse en paz.
Con el permiso de su Autor: